El cambio ante la hendidura

                                                                                               


El referéndum del 21 de febrero del 2016, marca una ruptura en el imaginario político del país, desatando una crisis de legitimidad, en un régimen abiertamente cuestionado desde el 2011. Evo Morales, primer presidente indígena, elegido dos veces por mayoría absoluta –puesto que la tercera es más cuestionable– paladín de los derechos de los oprimidos, líder indiscutible de los movimientos indígenas, laudado por los grandes intelectuales de la izquierda anquilosada y por la comunidad internacional, al ser el símbolo de un cambio en un país ultraconservador presa de un delirio racial. Por un tiempo esa imagen funcionó, pese a los problemas internos; el primero gobierno no estuvo exento de conflictos, pero el oficialismo no dudó en enfrentar a los sectores opositores, los pisoteó y los humilló, y del movimiento autonomista –proyecto político alterno al evismo– no quedó nada. Por unos años, el magnánimo Evo, ya endiosado por sus subalternos, gobernó sin obstáculos. 

Momento de quiebre irreversible: el TIPNIS. En 2009, después de un periodo de gestación bastante difícil, se aprobó por referéndum el nuevo texto constitucional. Desde el punto de vista formal, la nueva estructura del Estado empoderaba a la ciudadanía y a los movimientos sociales, estableciendo nuevos niveles de gestión y de control administrativo. De esa manera, cuando menos desde el punto de vista estrictamente semántico, se daba un giro en la concepción misma del Estado, cambiando el paradigma de gestión pública. El Vivir Bien, principio constitucional, es un modelo de desarrollo alterno, no muy bien descrito, que pretende superar al capitalismo depredador, irrespetuoso del ecosistema de los usos y costumbres de los pueblos indígenas. Pues cabe recalcar el hecho, que el texto constitucional, dota de una gama de derechos y garantías a los pueblos indígenas, estableciendo la autodeterminación, delegando facultades de gestión a las comunidades indígenas; siendo un salto cualitativo inmenso, en el diseño institucional del país. No olvidemos que la autonomía indígena es una demanda de larga data y era la primera vez que un texto constitucional la incluía. 

Pero las buenas intenciones y los lindos discursos quedaron vacíos, cuando el Estado de la mano del altísimo líder, mostró su vocación eminentemente desarrollista y centralista. Consultar a todo el mundo, sobre la necesidad de una política pública es costoso y se pierde mucho tiempo; además el Estado tiene que tomar decisiones de manera rápida y urgente, reafirmando su vocación paternalista. El Estado sabe lo que los ciudadanos necesitan y sabía que los indígenas del TIPNIS necesitaban carretera, violando de esa manera los principios constitucionales ya enunciados. Por ser un territorio indígena y un parque nacional, la tuición recae en los pueblos indígenas, porque así lo establece la normativa. A raíz del incidente, la intelectualidad que miraba complacida al llamado gobierno del cambio, asumió una vocación más crítica. El Estado, perdió a unos de sus principales aliados: las ONG’s, aquellas que le dieron un discurso al movimiento indígena, aquellas que durante años apoyaron de manera incondicional al movimiento cocalero. Tampoco podemos olvidar que, desde ciertas posturas conservadoras, le endosan la responsabilidad a las ONG’s de los acontecimientos de 2003 y la posterior elección de Evo Morales, siendo el resultado de un complot sionista, financiando por el oenegismo internacional. Lo curioso del caso, es que el gobierno del cambio, maneja una tesis similar y no dudó en expulsar a todas esas organizaciones malagradecidas que comenzaron a publicar textos nada halagadores con relación al accionar del gobierno. 

Lo del TIPNIS fue una lección de realismo político y un rotundo desencanto para la izquierda moderada que veía con horror un viraje hacia la derecha en el gobierno. El desarrollismo y la industrialización, nunca fueron banderas de lucha. De hecho, el Evo mientras fue dirigente cuestionó de manera vehemente ambas vertientes. La industrialización tiene un impacto ecológico y altera los modos de organización tradicionales de los pueblos indígenas; el desarrollismo, y fue denunciado muchas veces, implica un etnocidio, pues establece al capitalismo como la única vía posible hacia mejores condiciones de vida. Sacrificar un parque nacional y establecer a una carretera como símbolo de desarrollo, era un verdadero despropósito para un gobierno que proclamó con bombos y platillos los derechos de la Madre Tierra. Con ello, quedaba claro que el evismo, fracasó en su cometido de generar un modelo alternativo al capitalismo tradicional. El nuevo modelo económico, es un capitalismo de Estado y por tanto disfuncional; en los hechos, la bonanza económica afianzó a una nueva oligarquía política, que secuestró para sí los réditos del Estado. A ellos se sumaron los escándalos de corrupción y justamente el Estado Plurinacional, surge de la voluntad de poner un freno a la corrupción endémica que azota al país. De hecho, la Ley 004 del Estado es aquella que dispone de una serie de mecanismos para luchar contra la corrupción y el enriquecimiento ilícito. Hoy en día queda claro que es un fracaso contundente. 




Es bastante claro que el cambio anunciado es una quimera. En términos absolutos, la situación no es tan diferente de la temible era neoliberal. En aquel entonces teníamos a varios partidos políticos que se repartían las cuotas de poder, hoy en día tenemos un solo partido que lo acapara todo y no necesita discutir con nadie para implementar sus medidas. El modelo de la democracia pactada no es tan malo después de todo; es mejor tener a varios partidos discutiendo y negociando, que tener a un solo partido imponiendo sus caprichos. En la era neoliberal el Estado se achica y la corrupción se dispara; en el gobierno del cambio, el Estado es colosal, altamente ineficiente y sigue siendo igual de corrupto. Mucho se habla de la injerencia del Imperio, pero ahora tenemos a los chinos sobre nuestros talones, ejerciendo una injerencia bastante similar. El gasto público está por las nubes, al igual que la deuda interna y externa. Y si en la nefasta era neoliberal no había inversión pública, tampoco la tenemos ahora; tenemos el peor sistema educativo de América, al igual que el peor sistema de salud; repartir unas cuantas computadoras que nadie usa y lanzar un satélite que solo sirve para hacer campaña política, no solucionan los problemas de fondo. Construir hospitales sin insumos es un error garrafal; el acceso a la salud sigue siendo privativo y a nadie parece importarle. El Estado Plurinacional, incurre en los mismos errores de siempre; si realmente queremos potenciar el desarrollo, no los vamos a lograr haciendo carreteras de pacotilla y obras inservibles que se caen en tan sólo unos meses; la única solución posible es invertir en educación. 

El gobierno puede jactarse y mostrar cifras de crecimiento económico extraordinario, pero basta con hacer un viajecito por tierra, para darse cuenta que nada ha cambiado; las carreteras son un desastre y la basura se acumula en los bordes. Este país terminará enterrado en botellas y bolsas de plástico. Hace veinte años, Bolivia era un país pobre y corrupto, hoy en día lo sigue siendo. Las pamplinas del crecimiento económico, es un viejo estratagema, utilizado por todos los gobiernos. El neoliberalismo, también arrojó cifras muy positivas y fue laudado por toda la comunidad internacional. En ese entonces se habló del milagro boliviano, hoy día en se utiliza el mismo término. Pero en realidad, la cifra que todos omiten es el poder adquisitivo de los bolivianos. Antes se ganaba 500 Bs. y hoy 2.000 Bs. ajustando la inflación la diferencia es insulsa. Todo ha subido y un salario de 2.000 Bs. no alcanza para nada. No obstante, el tedioso discurso oficialista trata de establecer una diferencia sustancial entre el antes y el después, sabiendo bien que las diferencias son nimias. Son doce años de gobierno, y a lo largo de ese tiempo seguimos escuchando el mismo discurso: en unos años más nos convertiremos en la nueva Suiza, el crecimiento de la economía, la nacionalización, la industrialización, la patria digna o la patria grande, la injerencia de las fuerzas del mal, la derecha y una larga lista de cantaletas que, a fuerza de ser repetidas sin ningún recaudo, pierden credibilidad. Un principio básico en la teoría política, es que el poder se desgasta si no se renueva; la gente se cansa y la ciudadanía es pragmática. 

Punto de bifurcación: sin embargo, pese al cúmulo de errores y a las malas decisiones del gobierno, la peor y la que desencadena una crisis de legitimidad, es la tozudez del oficialismo en proclamar a Evo Morales como el único candidato posible y deseable. Si el proceso de cambio funciona tan bien, debería poder funcionar sin Evo Morales; si algo hemos aprendido, a lo largo de estos últimos siglos, es que las personas son prescindibles, lo que importa es la estructura. El titular del poder político es transitorio, circunstancial; el éxito de un sistema político radica en sus instituciones, en la profesionalización de la función pública, que garantiza continuidad. No obstante, el oficialismo incurre en el mismo error que sepultó a la izquierda tradicionalista: la personalización del poder. Es cierto también que el caudillismo es una tendencia muy latinoamericana, una característica de los sistemas políticos precarios. Todos nuestros gobernantes se presentaron a sí mismos como el mesías, el único salvador de la patria. El Evo se inserta en esa gloriosa tradición de mediocridad, en la que el Estado se fusiona con la voluntad de un individuo; la consolidación del evismo: sin el líder máximo estamos perdidos, sin Evo no hay futuro, solo Evo es grande, es bueno y cumple. El delirio de ese discurso político ya rebasa todo raciocinio. Un individuo no garantiza estabilidad y un líder sabe en qué momento delegar funciones. De cualquier forma, este país no necesita líderes, necesita instancias de representación para canalizar demandas ciudadanas, para así generar políticas públicas en concordancia con las necesidades evidenciadas. 

Queda muy claro, que lo único que importa ahora, es que Evo Morales sea nuestro presidente/candidato eterno, siempre entregando obras, como todos los candidatos lo hicieron, siempre haciendo campaña con fondos públicos. En una muestra evidente de arrogancia política, el gobierno decidió convocar a un referéndum, con el fin de institucionalizar la presidencia vitalicia. Perdieron, fue la primera gran derrota del evismo y un terrible error político. Ante la catástrofe, es absolutamente necesario designar a un responsable: el cártel de la mentira. Enunciarlo de esa manera es de por sí risible. Algo también muy usual, en todo el discurso oficialista, es esa tendencia casi patológica en designar cualquier manifestación de rechazo hacia las políticas de gobierno, como un acto orquestado por un complot internacional para mellar la imagen del gobierno. Es cierto, el caso Zapata fue una bomba, un golpe durísimo, pero el oficialismo no es la única víctima de la guerra sucia. Son los gajes de la política; hay elecciones y todos los frentes políticos sacan los trapitos sucios. El MAS, también lo hizo en su momento, no seamos ingenuos. De cualquier forma, la corrupción en el gobierno es demasiado evidente y no hay como negarla; pero lo grave del asunto, es que el extraordinario y benevolente gobierno del cambio, impugna una decisión soberana, algo totalmente inaudito en nuestra triste historia republicana. Por más que el caso Zapata sea una mentira, y sabemos que no lo es, porque esa historia rocambolesca del hijo que existe y no existe, que es y no es, es algo totalmente absurdo y en ningún momento niega el problema de fondo: el tráfico de influencias, el recientemente cuestionado Iván Canelas junior, es otro ejemplo. 



Bajo el argumento de la mentira, cualquier decisión ciudadana puede ser cuestionada y cualquier decisión contraria a los intereses del oficialismo puede ser impugnada. Si el evismo pierde en las próximas elecciones presidenciales, otra vez dirán que es un complot, que se impuso la mentira y pueden anular ese resultado, porque controlan todas las fuerzas del Estado. Hemos llegado al epítome de la anomia, en la cual el Tribunal Constitucional establece que la Constitución Política del Estado es inconstitucional, anulando de oficio todos los derechos y garantías ciudadanas. Hoy en día, en Bolivia, el orden jurídico responde a los intereses de un partido, de una oligarquía y de un individuo. Cuando el poder público, reclama para sí el uso exclusivo de la verdad, puesto que la única verdad posible es la que emana del oficialismo, entramos en un juego muy peligroso en el cual se anulan las voces disidentes, siendo el principal requisito para sustentar una democracia formal. Ciertamente, Bolivia no es un país democrático, pero ahora hemos llegado al límite de lo verosímil. Ante ello nos quedan dos caminos: aceptamos la realidad que nos impone el gobierno o ejercemos nuestro libre derecho de protestar. Es evidente también, que Evo Morales no dejará palacio de gobierno por vías democráticas. Nuevamente la anquilosada izquierda cava su tumba y Evo Morales, será recordado como un tiranillo ebrio de poder, que utilizó a los movimientos sociales y a los pueblos indígenas, para sustentar sus lujos y sus caprichos. Pero si algo podemos rescatar de todo esto es que, Evo Morales nos demostró que no importa si eres un indígena o un adiposo empresario, no importa si eres un neoliberal convencido de la superioridad natural del capitalismo, o si eres un fiel devoto de la Iglesia de Che Guevara, un hippie mantenido que repite consignas partidarias; en cualquier caso, el resultado es el mismo. 

El cambio no llega de la mano de un gobierno, el cambio lo genera la ciudadanía. Es nuestra elección: cometer los mismos errores o enfrentar los problemas del Estado por cuenta propia. No necesitamos de un gobierno ni de líderes que nos digan que hacer, necesitamos encontrar soluciones a los problemas endémicos de este país. No olvidemos que cada pueblo, tiene el gobierno que se merece y en definitiva el Evo es un hijo del pueblo: flojo, mentiroso, fiestero y mujeriego, siendo los problemas latentes de nuestra noble sociedad. Nosotros le dimos fuerza al gobierno y también la podemos revocar.  



Por: Jorge M. Valda Villavicencio

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