Entre verdad y mentira y la teoría del complot



Se ha vuelto muy usual, calificar de mentirosa a toda acción de repudio en contra del gobierno. En una actitud muy habitual en la política boliviana, se opta por desmerecer la legitimidad de las protestas sociales, ridiculizando las demandas, a sus principales dirigentes, tildándolos de vendepatrias y de agentes encubiertos del Imperio. No obstante, debemos tomar en cuenta, que las demandas ciudadanas, las protestas callejeras y cualquier manifestación de descontento, son parte integrantes de un sistema democrático. 

En democracia, tengo la libertad de expresar mi opinión, sin temor a represalias, aún si ésta es contraria a ciertos intereses partidarios. Y sin embargo en Bolivia, en la ahora evolandia donde el líder máximo gobierna sin ninguna restricción, las únicas manifestaciones posibles son aquellas que laudan las cualidades sobrehumanas del magnánimo e incuestionable líder de la revolución, único titular de la verdad. Esa forma de construir el discurso político, nos lleva a un terreno muy peligroso, pues criminaliza cualquier acción disidente, siendo parte de un complot internacional para mellar la reputación del presidente. Nuestro deber como ciudadanos es cuestionar los fundamentos del poder político, fiscalizar las acciones de cualquier gobierno, garantizar el cumplimiento de la normativa, preservar la institucionalidad. 

Si algo hemos aprendido, desde la teoría política y las ciencias sociales, es a impugnar la verdad. El poder político construye un discurso cuya finalidad es inducir obediencia, nuestra vocación como ciudadanos es rebelarnos ante cualquier verdad impuesta. El triunfo del poder, se produce cuando las personas repiten el mismo discurso, sin analizarlo, sin debatirlo y lo proclaman como una verdad absoluta, incuestionable per se. Las voces disidentes son una clara manifestación de descontento y hoy en día la ciudadanía se moviliza para hacer respetar su derecho a elegir. Todo ese disparate del cártel de la mentira, que justifica una derrota electoral, es un yerro político tremendo. Si el 2016, Bolivia estaba dividida en dos frentes políticos, en 2018 el rechazo a la repostulación a Evo Morales es masiva. Ya es tiempo que el gobierno revise su estrategia comunicativa. 



No todo es necesariamente un complot contra Evo Morales o un intento de golpe de Estado, el gobierno tiene que entender que la ciudadanía se moviliza cuando sus derechos han sido vulnerados y el Evo lo debería saber, pues bloqueando a este país se convirtió en presidente. Y estas manifestaciones en defensa de los resultados del referéndum del 21 de febrero 2016, son actos democráticos loables y es un error grosero desmerecer la fuerza de la acción colectiva en Bolivia. El oficialismo, ebrio de poder, no logra entender el clivaje político en el cual está inmerso, la relación de fuerzas ya no está a su favor. La realidad política, para un partido, puede ser muy cruda, y es claro que el evismo ha perdido toda noción de realidad; se han encerrado en una burbuja y siguen confiando en la grandeza del líder máximo, cometiendo un error fatal. La repostulación entierra definitivamente cualquier posibilidad de cambio y muestra bien que el único interés oficialista es aferrarse del poder, utilizando todos los medios posibles. 

No está demás resaltar el hecho que la verdad y la mentira son puntos de vista, postura cuestionables y rebatibles. Hay gente que cree en dios y gente que no lo hace, gente que cree en los OVNIS, como gente que cree en la astrología; personas que creen en un complot sionista como personas que considera ese complot como un delirio paranoico absurdo. Nadie nos puede imponer una verdad, cada persona forja su propia opinión. Pero en este caso, el poder político fracasó en su voluntad de construir una verdad: la necesidad de seguir eligiendo a Evo Morales para garantizar la estabilidad. Toda esta esta discursividad en torno a la repostulación es un fracaso político nefasto; ha polarizado a la población, sentando las bases para un posible enfrentamiento entre facciones contrapuestas e irreconciliables, ha invertido la relación de fuerzas y por primera vez el Evo ya no goza de un respaldo absoluto e incuestionable. 


Sea dicho paso, toda teoría de complot responde a una premisa: explicar situaciones y hechos complejos, desde una perspectiva reduccionista y simplona. Considerar que el resultado del 21 de febrero, es parte de una conspiración, de una mentira fraguada en el seno mismo del Imperio, es un desacierto tremendo. Es una idea que carece de fundamentos y hasta provoca hilaridad. El oficialismo utilizó la teoría del complot el 2008, y funcionó; construyó a un enemigo y la gente gustosa renunció a su libertad a cambio de seguridad: el golpe cívico-prefectural, lo que sirvió para descabezar al todo el movimiento autonomista y acallar a todos los políticos disidentes. Pero el oficialismo utiliza con tanta frecuencia ese argumento que pierde fuerza. El TIPNIS, el caso Illanes, el Fondo Indígena, el escándalo del Banco Unión, el fotógrafo descomedido que hizo retratos nada halagadores de Evo Morales; todo es mentira, todo es un complot. 

Es una forma muy fácil de deslindarse de las responsabilidades y creo que es tiempo que el gobierno asuma el peso de sus desaciertos. Si este gobierno se cae a pedazos no es por culpa de agentes externos, la oposición está desarticulada y no tiene capacidad acción, ni siquiera es bienvenida en las manifestaciones ciudadanas. Este gobierno no le puede echar la culpa a nadie más por sus torpezas, se creyeron omnipotentes y creyeron ingenuamente que el poder es para siempre. La política es así, un día eres vitoreado por las masas enardecidas, al día siguiente estarán dispuestos a colgarte de un mástil. Los tiempos en los cuales Evo Morales era respaldado de manera incondicional por el pueblo boliviano, quedaron atrás. Lo que se avecina es la lucha encarnizada por el poder; y sea cual sea el resultado, el país saldrá perdiendo.   


Por. Jorge M. Valda Villavicencio

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