21F, el Cambio ante la ciudadanía



El 21F se ha convertido en una bandera de lucha, en un chiste de mal gusto, utilizado por algunos partidos políticos inconsistentes en su afán de protagonismo y en un malestar constante para el oficialismo. La derrota del evismo; han pasado dos años y el movimiento ciudadano no ha cedido. A los altos jerarcas del partido de gobierno, les gustaría poder borrar con el codo, los resultados de ese referéndum. Lazaron una estrategia comunicacional, torpe y poco creíble, atizando las movilizaciones que no van a claudicar. La acción colectiva en Bolivia, se activa cada vez que sus derechos fundamentales han sido violados y nunca antes un gobierno tuvo el descaro de anular un resultado electoral. Si bien el movimiento ciudadano, es eminentemente citadino y clasemediero, según las augustas palabras de nuestro siempre cómico Vicepresidente, la clase media es la que más ha crecido en esto últimos doce años, y por tanto su accionar tiene una incidencia consecuente en la política nacional. 

El paro cívico, aunque fue más una acción ciudadana espontánea, del 21 de febrero 2018 fue contundente. No hay manera de negarlo y un error político bastante usual, en este país obtuso, es subestimar al rival político. Y las arremetidas del gobierno ante las movilizaciones, muestran bien que ya no existe la voluntad de conquistar el voto ciudadano. El partido de gobierno hace gala de una arrogancia desmedida, pues están absolutamente convencido que ganarán de manera triunfal las siguientes elecciones. De cualquier forma, si no lo hacen, podrán tomar por la fuerza los poderes del Estado, invocando cualquier estratagema jurídico o comunicacional; es la era de la abstracción. Es el siguiente paso, la fuerza revolucionaria del partido, cuyos militantes están dispuestos a defender con las armas el proceso de cambio, propiciarán un enfrentamiento directo con la sociedad civil. El discurso se ha endurecido, pues ahora el enemigo son las fuerzas conspirativas de la derecha, camufladas entre la ciudadanía. 

Es muy evidente, que el siguiente campo de batalla, es tratar de aniquilar la credibilidad de la clase media, invocando su racismo recalcitrante y la sombra del temido neoliberalismo. Pero hay que ser muy claros al respeto; estamos inmersos en un discurso político que no va a cambiar. No podemos volver hacia atrás, el modelo del Estado Plurinacional está aquí y seguirá vigente después de Evo Morales. Sería ingenuo considerar que el siguiente gobierno dará un giro hacia el liberalismo, puesto que esa corriente no existe en Bolivia. Lo que impera en nuestra insigne nación, es un conservadurismo mojigato preocupado de temas insulso, como los buenos modales y las buenas costumbres. Sea cual sea, el siguiente gobierno tendrá que darle continuidad al discurso político de inclusión y de respeto por las minorías. De cualquier forma, lo que se maneja en todas las corrientes opositoras, es la restructuración del Estado Plurinacional y el respeto por el diseño institucional que plantea: autonomías, control social, niveles de fiscalización, inclusión y participación ciudadana. Es decir, no hay marcha atrás.

En lo que respecta al racismo, es uno de los grandes fracasos del evismo y se inserta en esa idea de la lucha de clases seudo marxista, que intenta explicar la pugna por el poder. Pero asumir que Evo Morales tiene cualidades excepcionales por ser indígena, es también una postura bastante racista en sí. El racismo es una enfermedad social, que establece categorizaciones entre seres humanos, construyendo diferencias ahí donde no las hay. Es el triunfo de la ignorancia y dios sabe que este país es profundamente ignorante. En doce años, no se hizo ningún esfuerzo por reformar la educación en Bolivia, y el resultado sigue siendo igual de desastroso: bachilleres que no saben escribir y profesionales mediocres que engrosan las filas de desocupados. El racismo, es una falla del sistema educativo. Y lo que es peor, esta pugna por el poder no es una lucha entre indígenas y no-indígenas, el problema es un poco más complejo; además, considerar que las reivindicaciones de unos son moralmente superiores a las reivindicaciones de otros, es un acto de discriminación penando por ley. 

Los agentes del gobierno fueron muy claros al establecer que las movilizaciones del 21 de febrero fueron organizadas por culitos blancos clasemedieros, que por su cualidad de blancos no tienen ninguna representación política y no tienen derecho a manifestarse. Esa es una agresión racial. Esa vehemencia en el discurso político, que de por sí es una señal de alerta, muestra la predisposición de llegar a una situación de confrontación con a la ciudadanía. No estamos en una guerra de razas, es la ciudadanía que se levanta frente a la arbitrariedad de un poder hegemónico que secuestró para beneficio propio las funciones de Estado, empoderando a una nueva oligarquía política, desdeñosa de cualquier opinión o acción contraria a sus intereses. La arrogancia en el ejercicio del poder, es algo muy usual en nuestra historia. Pero el poder político es transitorio y aquellos que hoy en día se creen intocables, serán los primeros en escapar, la historia así lo demuestra. 

Por más que la voluntad del gobierno, sea acallar a las voces disidentes, este movimiento ciudadano, se fortalece año tras año y muestra bien que Evo Morales ya no es el líder omnipotente de Bolivia, ni un ejemplo para los pueblos de América. Evo Morales y todo su séquito de pelmazos, tendrán que rendir cuentas a la ciudadanía. Es nuestro derecho, cuestionar los fundamentos del poder político y dudar de la buena voluntad del gobierno. Son derechos irrenunciables y serán defendidos en las calles, por en las calles se hace política.     

Por: Jorge M. Valda Villavicencio

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