El bebé Alexander y los rasgos subyacentes del sistema político boliviano


Los escándalos siguen a la orden del día, uno tras otro sin dar tregua o respiro. Pero algo curioso en este contexto, es que cualquiera de estos escándalos políticos le habría costado el cargo a cualquier presidente, en un sistema político saludable. No nos engañemos, estamos frente a una enfermedad social que corroe los cimientos de la nación, sin embargo, el gobierno goza de buena salud, su poder hegemónico incuestionable le otorga confianza y en lo personal me deja consternado. Cuánto más tendremos que soportar para ver flaquear este colosal aparatado de Estado, cooptado para un solo cometido: endiosar el líder máximo, propiciando su reelección infinita. Los escándalos de corrupción son demasiado usuales, como los tiroteos en los Estados Unidos de América, que ya no generan ninguna conmoción; son tan habituales que provocan simple y llana resignación. Por ello los bolivianos, estamos dispuestos a aceptar cualquier tipo de aberración; vamos a seguir cabizbajos, siendo una tendencia muy usual también: mostrarse humilde frente a los poderosos y altanero ante el vulgo. 

Si es el escándalo de la medalla presidencial, era de por sí bastante grave, esto rebasa completamente los límites de lo aceptable. En esos treinta minutos, del audio filtrado, se condensa lo peor de la sociedad boliviana, comenzando por el alcohol. Esa propensión boliviana de beber hasta perder el juicio y que muestra bien la manera como se manejan las cosas en el país, así se hacen negocios y pactos políticos, compartiendo copas con una cumbia desafinada en el fondo. La fiesta, el jolgorio, el derroche, ahí se tranzan acuerdos y se compran lealtades; bailando hasta el amanecer por lo menos te convertirás en dirigente. Al calor de unas copas, también se confiesa la infamia: la condena de un inocente. El circo mediático y la búsqueda implacable de un culpable; podemos afirmar de manera taxativa que en Bolivia no existe la presunción de inocencia, a los sospechosos se los presenta como culpables y nada nos hará cambiar de opinión. De ahí la importancia de manejar la información con un mínimo de prudencia, sin caer en conclusiones precipitadas. El pueblo no se informa, le gusta propagar el chisme, sin verificar las fuentes. Ley contra la mentira, dicen algunos, descartando el hecho que los medios siempre obran como un contrapoder, pero no los exime del manejo irresponsable de la información. Algo sórdido encerraba el caso del bebé Alexander y la tramoya política fue bastante palpable, casi desde un inicio. Y como si fuera poco, el audio se cierra como un comentario racista fuera de lugar, entre indios y no-indios tampoco hay mucha diferencia, más aún en un país en el cual el mestizaje es tan evidente; somos cholos y es tiempo ya de aceptarlo. Ese comentario muestra bien la intolerancia que impera en la sociedad boliviana y las relaciones de poder que genera.  

En última instancia, somos cómplices del poder; sabemos que hay algo podrido, pero nadie lo quiere enfrentar pues lo que huele mal en todo esto, es la actitud de toda la sociedad boliviana. Presión política para encontrar un culpable, es lo que ansiaba la prensa y el publico en general. Segundo problema: cooptación de cargos públicos, poco o nada importa si estás calificado, los cargos son recompensas a la lealtad. Qué hay de malo en darle un carguito a la novia, recompensarla por su esfuerzo y abnegación; ahora todo el mundo señala con el dedo acusador al fiscal de la nación, como todo el mundo condenó la actitud de Morales en el escándalo CAMC, pero un aspecto que no tomamos en cuenta es que retribuir favores sexuales, es algo muy usual en nuestro medio, quien esté libre de culpa que lance la primera piedra; el obrar del fiscal traduce una tendencia social. Preferimos rodearos de personas leales en una mezquina red de favores, que rodearnos de personas competentes. El principio básico en la contratación de personal no se cumple, lo único que importa es que la persona sea de confianza y si comete un error, es preferirle echarle la culpa a un incauto. Es decir, la sociedad boliviana tiene una estructura clientelar que privilegia acuerdos tácitos y alianzas de poder. No se buscan personas calificadas, con que cierres la boca y hagas calladito tu trabajo, basta y sobra. La evidencia empírica lo demuestra, contratar personal poco calificado para una empresa es un error fatal; en el Estado las consecuencias son igual de nefastas, es lo que demuestra que la ley 1178 es un documento bien bonito que todo el mundo se empecina en violar. El Estado funciona mal porque no tenemos personal altamente capacitado; el audio es un ejemplo muy claro de cómo se subastan cargos públicos y que clase de personas asumen funciones cruciales como la de juez. Dictar una sentencia en contra de un inocente, teniendo certeza de su inocencia, es una atrocidad, una transgresión imperdonable a cualquier código de ética.

Todo ese cúmulo de atrocidades, condensados en un audio anodino, revelan problemas severos que no solo conciernen al poder judicial, a la fiscalía o a las organizaciones públicas, son problemas de todo el tejido social. El problema no es el sistema político, ni los gobiernos que van y vienen, el problema subyacente es el sistema de creencias vigentes en nuestra sociedad. Es normal mostrarnos serviles y acatar directivas en contra de nuestros principios y convicciones. Es normal sacrificarlo todo para conservar un cargo; estamos dispuestos a renunciar a nuestra dignidad por seguir órdenes, complaciendo a los poderosos. El abuso de poder, tercer problema y no es solo una cuestión boliviana, el poder conlleva peligros y por ello es necesario limitarlo, siendo la base teórica de todo el desarrollo de la democracia. Todo el debate con relación a los resultados de referéndum del 21 de febrero, no es un capricho insulso, pues los frenos al ejercicio del poder político son necesarios y un cambio de mando es perentorio; Morales debería dar un paso al costado porque es la actitud ética que se espera de un mandatario. Tal parece que lo único que importa es acumular poder para satisfacer intereses egoístas y lo aceptamos sin protestar al ser un rasgo común en nuestra sociedad. Nos encanta jactarnos de los cargos que ostentamos, de nuestros títulos nobiliarios de Doctor o de Licenciado, de nuestro currículum rimbombante muchas veces edulcorado, siempre en el afán de aparentar más de lo que somos, buscando aceptación social; verbigracia: nuestro venerable Vicepresidente, ejemplo canónico del accionar boliviano, hay que ser un farsante y un hablador para triunfar en la vida.   

Es el momento de reflexionar sobre el conjunto de valores que inculcamos; todos nos quejamos del accionar del gobierno, pero todo gobierno es un reflejo de la sociedad que lo empodera. Tal parece que no estamos conscientes de la gravedad del asunto; la corrupción no es un fenómeno exclusivo del accionar público, se difumina en toda la sociedad. En el hecho de sabotear a nuestros compañeros de trabajo, en esa competencia insulsa para establecer quién será el lame botas oficial, en el hecho de desligarnos de nuestras responsabilidades, siempre será la culpa de alguien más; tal parece que es más importante vanagloriar al jefe y estar pendiente de todos sus deseos, que tener resultados tangibles del trabajo realizado. Es más importante, acatar órdenes en una reacción casi mecánica que requiere de absoluto sometimiento; a veces hay que contradecir al jefe, pero en Bolivia ese es un pecado imperdonable. Dejemos las cosas en claro, el gobierno no es el problema, el problema somos los bolivianos y mientras no asumamos el peso de nuestras acciones, estamos condenados a eterno fracaso. 

Por: Jorge M. Valda Villavicencio


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