De la democracia aparente al simulacro electoral



Hemos vivido jornadas muy intensas, rica en emociones para el analista político, pero llena de incertidumbres para el conjunto de los ciudadanos. Algo queda muy claro en todo este embrollo, a Evo Morales no se le podrá ganar en las unas, no porque sea el mejor candidato o la mejor opción, o porque sea un político brillante con un extraordinario plan de gobierno; el MAS volverá a ganar porque ha secuestrado los poderes del Estado, a la vista y paciencia de la inerme oposición, y de la ciudadanía distraída, que sigue obnubilada por un éxito económico sin precedentes y por una amplia gama de dádivas que mantiene a raya a las voces divergentes. Lo hemos perdido todo: las esperanzas en un nuevo gobierno, los frutos del mentado proceso de cambio, la posibilidad de una transición pacífica. Evo Morales se mudó a la Casa Grande del Pueblo y no está dispuesto a mudarse de nuevo; Evo llegó para quedarse y para ello está dispuesto a desmantelar los mecanismos que frenan el poder, uno a uno fueron cayendo. La Constitución Política del Estado se ha convertido en una abstracción jurídica que puede ser modificada, según los designios del líder máximo, anulando el Estado de Derecho, las garantías constitucionales y la expresión de la voluntad popular. Votemos o no, Evo será presidente, así de simple es la cosa. No hay debate político, no hay alternativas viables y aún si Mesa lograra ganar, nuevamente invocarán al cartel de la mentira y dejarán que el Tribunal Supremo Electoral zanje, anulando de oficio la posibilidad de decidir. 

Ya es muy tarde como para creer que un voto hará la diferencia. Son trece años de gobierno, de triquiñuelas y tretas para cooptar el poder; nadie dijo nada y nadie hizo nada. Los paladines de la oposición brillaron por su ausencia y las esporádicas muestras de descontento quedaron como meras anécdotas. A Mesa se le entregó una tribuna, al nombrarlo vocero de la causa marítima, cuyo rotundo fracaso ya ha quedado en el olvido, ante la urgencia del momento, ante una realidad política que no deja de acorralarnos y en miras a las elecciones generales y las más que insulsas elecciones primarias, no tenemos ninguna alternativa. Mesa, con esa arrogancia que me incomoda, con su retórica pragmática, absolutamente convencido de su rol mesiánico, creado por el MAS, solo se plantea como una alternativa viable en un simulacro de democracia, en una fantochada política. No es una carrera electoral, ni siquiera es un choque de egos, es una farsa, una puesta en escena para disimular el hecho que perdimos la capacidad de elegir, al aceptar un tercer mandato. La toma del poder fue sutil, la aplaudimos, contentos vamos a cobrar nuestros aguinaldos, nos maravillamos ante los edificios y teleféricos, los centros comerciales y las rebajas en el black friday, es la modernidad elusiva en un país paupérrimo. En el campo por lo menos llega la señal de BTV y el Evo es un indio, un igual en un país sumido y carcomido por un delirio racial; por cierto, pensar que Evo Morales es la mejor opción por ser indígena también es racismo. 

Aquí estamos, contemplando la derrota, el colapso final de la democracia aparente. No lo olvidemos,  la consolidación de la democracia fue una lucha, aunque nadie sabía o intuía el alcance real del concepto; era ante todo un ideal brumoso, pero que garantizaba libertad. Es cierto que libertad no hay si el único horizonte posible y deseado es el mercado. Las huestes reaccionarias, lo señalaron como el enemigo cruel, al cual era necesario combatir, era un deber moral para afianzar la soberanía de los pueblos, ahora convertida en una tiranía partidaria. Ante ello, la única posición ética es resistir el embate del poder hegemónico. Es la hora de la desobediencia civil; la evidencia histórica muestra que los derechos se adquieren en las calles, en las protestas, en el enfrentamiento directo con el Estado. Hoy más que nunca la democracia, nuestra libertad de elegir y de restringir el poder de nuestros gobernantes, es una lucha real y latente. La decisión sigue siendo nuestra. 


Por: Jorge M. Valda Villavicencio 

Comentarios

  1. Esta vez, no tengo nada que objetar. A las calles señores que la esclava democracia está desnuda y con un AK47, apuntando su seno izquierdo!

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