Narco-Estado, el triunfo y el fracaso boliviano



Escándalos que vienen y van, ya es tedioso si quiera enumerarlos, mencionarlo o analizarlos; es parte del encanto local, un pequeño país tercermundista productor de cocaína. La alianza entre el narcotráfico y el poder político no es ninguna novedad; todos los gobiernos, desde los tiempos de la revolución nacional, han tenido escándalos relacionados con el narcotráfico. Al clan Banzer le debemos la consolidación de ese matrimonio de intereses; los narcotraficantes fueron protegidos y respaldados por altos jerarcas del gobierno, eran parte de la élite dirigente y se codeaban con todo aquel que ostentaba poder. En ese entonces no había redes sociales, pero los narcos eran parte de la buena sociedad cruceña, eran honestos empresarios y en un país tan corrupto como Bolivia donde todo se compra y se vende, incluyendo las lealtades, encontraron una morada segura, tomando el poder. El narcotráfico financia la política y ésta le deja el camino despejado, disimulando de cuando en cuando para que la comunidad internacional no se horrorice ni se espante. Sea dicho de paso, todo el enfoque prohibicionista moralista con relación al comercio de drogas es un rotundo fracaso, la solución más racional en un mundo liberal y capitalista, es legalizar; nadie lo hará, porque el negocio en cuestión es altamente lucrativo y sus redes se extienden a todos los centros de poder. Es solo un enfoque hipócrita, la lucha contra el narcotráfico en Bolivia solo empoderó al movimiento cocalero, que de la mano de las ONG’s acuñaron el discurso de la reivindicación cultural, uniendo al heteróclito movimiento indígena. El fracaso es total. 

El narcotráfico en Bolivia es una actividad comercial, como cualquier otra, desde luego el caso Huanchaca reveló su lado sórdido: la violencia y la protección que gozan los criminales ante sus funestos actos delictivos. Produjo un quiebre, los narcos dejaron de ser percibidos como empresarios exitosos y se convirtieron en parias sociales. Ahí el Estado movilizó sus recursos para mostrarle al mundo que estaba luchando eficientemente contra ese flagelo social; desde luego solo fue una fantochada que desató una pugna por el poder. El blanco de ataque fueron los cocaleros, sujetos a la erradicación forzosa, mientras que el comercio de la cocaína seguía floreciendo, protegida por el poder político y los empresarios, que se enriquecieron gracias al narcotráfico; en un país sumido en la pobreza comenzaron a brotar mansiones fueras de toda proporción en Equipetrol y en la Zona Sur de La Paz. Los cocaleros sindicalizados, también querían participar de ese derroche de dinero. Evo Morales lo dijo en su momento, la coca es la economía de la pobreza y mientras haya pobreza seguirá habiendo coca. La coca da trabajo, da dinero, es un negocio redondo y la erradicación afectaba a los más pobres. En ese momento el discurso, nuevamente salido de las ONG’s, era la protección de fuentes laborales en un país paupérrimo. La guerra de la coca, el enfrentamiento directo entre el Estado y los cocaleros, se saldó con el triunfo arrollador de Evo Morales, dirigente indiscutible de las seis federaciones del trópico, líder máximo y mesías de la patria; en su momento se dijo que todo era un complot para preservar el comercio de la droga. En realidad, fue una pugna por el poder, para ver quién se quedaba con los réditos del comercio ilícito. Hoy en día los cocaleros son un sector pujante, tienen el poder político, tienen poder económico y están en pleno crecimiento, la erradicación forzosa quedó en el pasado y los cocales se extienden por doquier, contradiciendo todo el discurso de respeto por la madre tierra y todas esas vainas. Ahí donde crece el arbusto sagrado, nada más lo hará, una vieja leyenda colonial, establece que al arbusto lo escupió el diablo, es una plaga, una enfermedad y nuevas pugnas empiezan a surgir: Chapare / Yungas, no se augura un buen desenlace.

Son demasiados los escándalos que vinculan directamente al gobierno y a las esferas del poder con el narcotráfico, es demasiado evidente que el Estado está detrás de ese negocio ilícito; y la corrupción en la policía y poder judicial llegan a niveles inauditos, muy similar a la situación que vivimos a fínales de los setenta y principios de los ochentas, un Narco-Estado en todo el esplendor del concepto. Tenemos que ser muy claros al respecto, el negocio es controlado por una élite que mantiene para sí los réditos; en el pasado fueron los militares, luego los neoliberales, ahora son los propios cocaleros, la estructura de poder sigue siendo la misma: extorsión y pago de favores. La diferencia con el nefasto pasado neoliberal radica en el hecho que gobierno de la revolución cocalera triunfó en todo los aspectos, pues tiene casi el control total del Estado y por tanto pueden obrar como bien les dé la gana, bajo el manto de la prosperidad, el crecimiento, la reducción de la pobreza y sobre todo la redistribución de riquezas, el respeto por la diversidad cultural, la protección de los desvalidos, se esconden las redes sórdidas del poder: el enriquecimiento ilícito y la corrupción. El discurso benefactor sedujo a la comunidad internacional que veía con cariño el obrar del buen salvaje, respetuoso de la naturaleza en complementariedad y reciprocidad. Fue una brillante estratagema política. El error de las otrora élites gobernantes fue haber subestimado la capacidad de organización del sindicalismo cocalero. Les entregaron el Estado y ahora nuestros gobernantes actúan como matones, amenazando a todo aquel que osa contradecir los nobles ideales del gobierno de cambio, burlándose de sus detractores, abusando de su poder porque se creen intocables y dueños de las fuerzas del Estado. 

El caso Montenegro revela la extensión de las redes de corrupción, niveles inverosímiles que al menos fueron disimulados en los años noventa, hoy estamos en la era del cinismo porque nuestros gobernantes son intocables; los escándalos se dan a diario y nosotros, ciudadanos comedidos, miramos boquiabiertos inermes ante la corrupción, nadie moverá un dedo y Morales seguirá gobernando mientras haya dinero. Cómo es posible que hayamos llegando a semejantes niveles de decadencia, tal vez la sociedad boliviana lo es en esencia. Vemos en Morales la picardía criolla: la mentira, el bribón embustero que logró triunfar, someter a un país a sus designios, en él nos reflejamos, es el éxito al cuál aspiramos; es el pobre platillero, trompetista, agricultor que se convirtió en el santo patrón de los desvalidos, presidente cocalero, es el triunfo perfecto y no lo vimos venir, gustosos lo aplaudimos, votamos por él y ahora la voluntad popular está sometida a su capricho. El fracaso es nuestro. 

Por: Jorge Marcelo Valda Villavicencio


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