Capitalismo pachamámico



Bolivia arde y enfrenta uno de los peores desastres ambientales de su historia, acaecido casualmente en el mentado gobierno del cambio, liderado por el magnánimo Evo Morales, protector indiscutible de los pueblos indígenas y de la madre tierra. En trece años de gobierno, se pronunciaron muchos discursos, muchas arengas y muchas amenazas contra el enemigo de la patria: el poderoso imperio que quiere vernos sumidos en la pobreza. El poder político, siempre designa a un enemigo, es lo que justifica todo su accionar: defender a la patria del foráneo truhan; es el discurso sobre el cual el evismo fundamentó su poderío. Es el paladín de las causas perdidas, defensor de los desvalidos, santo patrón de los pobres, guardián de la hoja sagrada.

Desde entonces, muchas cosas han cambiado y el discurso ya no tiene ningún asidero real. El evismo empoderó a una nueva burguesía que vela por sus propios intereses en detrimento del interés general, tal como han obrado todos los regímenes políticos en Bolivia. Ha creado y sustentando alianzas que preservan los feudos económicos de la otrora elite política. Pero el evismo cometió lo impensable, lo que ningún gobierno neoliberal pudo hacer: desarticular la institucionalidad insipiente, poniéndola al servicio del partido de gobierno, sustentando una campaña electoral perenne, movilizando todos los recursos del Estado para garantizar la elección perpetua del presidente. Es claro que al momento de generar propaganda, el Estado es muy eficiente, pero cuando tiene que atender contingencias, su ineficiencia y precariedad aflora. 


El país arde, y en lugar de plantear soluciones, el gobierno designa culpables. Como no podía ser de otra manera, los incendios son parte de un complot de la derecha para desprestigiar al buen presidente. A fuerza de repetir la misma excusa, ésta pierde credibilidad. Aún si fuera el caso, el deber del Estado es dar una respuesta oportuna a una crisis; no es la primera vez que el Estado devela su ineficiencia. Más allá de un éxito económico circunstancial los problemas de fondo siguen siendo de los mismos: carencia de infraestructura, respuesta tardía de las instituciones públicas, falta de insumos, poca coordinación entre los diferentes niveles de gobierno; no tenemos ni siquiera un cuerpo de bomberos debidamente equipado. No se evidencia, tampoco, ninguna voluntad política, para dar una respuesta oportuna ante una situación de emergencia. No es la primera vez que el gobierno se niega a declarar emergencia nacional y se niega a recibir ayuda internacional. No es la primera vez que se lava las manos endonsándole toda la culpa a las organizaciones regionales. 

En trece años de gobierno, el evismo se empecina en repetir los mismos errores. Lo curioso del caso es que su popularidad se mantiene casi intacta. La propaganda de Estado obró bien; al no existir una alternativa, el evismo sigue siendo el único camino posible y deseable. Es la toma total y completa del Estado. Pese a los escabrosos escándalos de corrupción, la ineficiencia evidente del Estado, la arrogancia despechada de nuestros mandatarios, desacreditando cualquier manifestación de rechazo, el evismo goza de buena salud. Mientras haya dinero, la gente estará contenta, que arda la Chiquitanía es irrelevante, lo que necesita el país es industria y desarrollo capitalista; es el cinismo en todo su esplendor. Nadie hará nada de cualquier forma. Estamos cómodos en casa y mientras el desastre no nos afecte, seguiremos plácidamente con nuestras vidas. Pero el dinero se acaba y ese será el detonante de una crisis violenta. 


Hace tiempo que el poder político movió bien sus fichas; tranzó una alianza con los agroindustriales cruceños: ampliación de la frontera agrícola, venta de tierras, cultivos de soya transgénica, fortalecimiento de la industria cárnica. A ello debemos sumarle, el poderío indiscutible de los sindicatos cocaleros, que también necesitan tierras; ahí donde crece el arbusto sagrado, nada más lo hará. Es un desastre ecológico, propiciado por las fuerzas del capital y no es posible negarlo, ni defenderlo. Hace tiempo el gobierno perdió toda credibilidad, pero ante el semblante de estabilidad económica, muchos siguen aplaudiendo y vitoreando los logros indiscutibles del líder máximo. Ante ello, lo menos que puedo hacer es disentir. El panorama político es incierto, un cuarto mandato es inevitable, el Evo es el Estado, pero el Estado ya no puede seguir creciendo; el Estado llegó a su punto de saturación, ya no tiene la posibilidad de expandirse más.    

Vivimos en una sociedad corrupta, en la cual imperan intereses mezquinos en contraposición permanente para adjudicarse espacios de poder.  La agroindustria es más importante que cualquier discurso de protección ambiental; que arda la Chiquitanía, los que la defienden solo son un puñado de hippies idealistas. Es curioso cómo las cosas cambian, en los noventa el Evo era ese hippie idealista, denunciando en todo lado al capitalismo depredador; hoy en día en es su principal defensor y no importa si se pone su overol y simula apagar un incendio, es propaganda y lo sabemos. Más temprano que tarde, este país arderá; es inevitable, es el curso natural de la historia. Mientras, los bolivianos contemplamos pasivos como el régimen se desmorona, como sacrifica todos sus ideales y como se impondrá en la fantochada electoral que está promoviendo. Son los síntomas de una sociedad anquilosada y pasiva, cuando sea muy tarde intentaremos reaccionar, de momento seguimos con nuestras vidas, como si todo fuera normal.

Por. Jorge M. Valda Villavicencio



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